Espionaje. Embassy sirvió como tapadera a la Inteligencia británica para salvar del nazismo a 30.000 judíos, desertores y exiliados, según un libro de reciente aparición
Debió ser uno de los secretos mejor guardados. Miles de vidas estaban en juego. Cada movimiento estaba escrupulosamente estudiado.El azar, entonces, era un riesgo inoportuno. Madrid sufría las dentelladas de la posguerra. Primeros meses de 1940. La sospecha era la única religión de esos días. La capital era un pudridero de hambre, inclusas, fascismo chusquero, aceite de ricino y piojo verde. Demasiadas heridas abiertas.
A su vez, Europa se desangraba. La II Guerra Mundial iba molturando el continente. Tan sólo de Polonia, 20 días después de que estallara la guerra, el 22 de septiembre de 1939, llegaron a escapar 171.000 personas. Salían como podían y con la certeza de un destino incierto.Y a muchos de ellos -ingleses, alemanes, franceses, checoslovacos...- Madrid les salió al paso. Su madriguera de salvación estaba a unos centenares de metros de la Puerta del Sol, a unos minutos de la sede que ocupó la Gestapo, a unos pasos de la Embajada de Alemania en la capital; en un elegante salón de té, Embassy, muy snob para la época, con apariencia de territorio nacional en la acera noble del Paseo de la Castellana.
Entre pastas, risas de champagne, boquillas de fumar de onix y marfil, marquesas con abrigos de piel, estraperlistas de la seducción embalsamados con gomina, cafés de buen aroma y diseños de Balenciaga, se arracimaban salvoconductos para ayudar a escapar a purgados del nazismo, exiliados, perseguidos y judíos de ojos amarillos por la gangrena del espanto.
Así contado puede recordar en algo a Casablanca, al local de Rick, al piano agridulce de Sam, pero sucedió en Madrid. Y fue real. Lo desvela Patricia Martínez de Vicente en un libro de exorcismo y confesión: Embassy, y la inteligencia de Mambrú (Velecío Editores). Su padre fue parte de esa secreta cofradía integrada por un grupo de resistentes británicos y españoles repartidos por la península que lograron salvar a más de 30.000 judíos, refugiados e indocumentados perseguidos por el Reich. Fuera de peligro, su destino era Portugal o Gibraltar.
Más de 60 años ha estado en sordina aquella aventura. Nadie ha dado hasta ahora las claves precisas de lo que Embassy tuvo de despacho de té y de trastienda de resistencia, de útero de espías.Al frente del negocio, una galesa fascinante: Margarita Taylor.«Era increíble. Nadie podía imaginar que, mientras sonreía a las aristócratas que pasaban la tarde en Embassy, tenía en el sótano a varios judíos esperando llegar como fuera a Portugal», recuerda Patricia.
¿Cómo imaginar que un elegante salón de té cobijaba a uno de los más activos tentáculos del antifascismo europeo? ¿Cómo intuir que detrás de todo andaba el agregado naval de la Embajada británica en Madrid, Alan Hillgarth? ¿Que, desde Londres, el M16 -Servicio de Inteligencia Británico- movía los hilos? ¿Cómo sospechar que un médico, Eduardo Martínez Alonso, reservado, conservador y monárquico, era uno de los colaboradores más activos del Servicio Secreto Británico (SIS)? ¿Que su mujer, Ramona, vio, entendió, ayudó y calló sin desfallecer nunca en la discreción?
Demasiadas preguntas. «Quizá se debió a una complicidad muy grande entre ellos», explica la autora. «Mi padre no sé si era consciente de la importancia histórica que tenía la misión que estaban desarrollando, pero jamás le oí hablar de nada relacionado con ella. Era muy prudente. Sobre todo, a ellos les ayudó la neutralidad española en la II Guerra Mundial. Los cooperantes como mi padre eran gente discreta y eficiente, alejada de la intromisión alemana, e incluso franquista, capaces de sacar adelante unas instrucciones tan secretas», asevera Martínez de Vicente. «¿Mi padre espía?», exclama.«En absoluto, era un filántropo, uno más en la red, como Margarita Taylor o Juan March, que, con su Compañía Naviera Transmediterránea, tiene un juego muy importante al mantener todos los puertos cubiertos».
Los cooperantes estaban conectados de un modo u otro. Y todos respondían a la estrategia de Winston Churchill: «Siempre gente de derechas, pera evitar recelos», recuerda la autora. Los refugiados podían llegar a las horas más intempestivas procedentes de la conexión de Miranda de Ebro o de cualquier otro enlace concertado.Y el plan de huida se diseñaba en Embassy, a medio día, por ejemplo, cuando los famosos cócteles de champagne perfilaban las boquitas pintadas de las mejores clientas, la hija de Mussolini entre ellas: «Puesto en funcionamiento, el singular equipo de rescate apoyaba la actuación de Margarita Taylor en la trastienda, amparándose en el público encubridor, lógicamente ajeno a lo que les rodeaba.La presencia de los clientes era su mejor protección ante los enemigos».
El régimen de Franco, mientras, continuaba su tropelía. Muchos no se enteraron de lo que sucedía. «Otros, desde el Ministerio de Gobernación», comenta Patricia Martínez, «hicieron la vista gorda». La aventura duró de 1939 a 1942. Y más de 30.000 personas se beneficiaron de la red de salvamento que Hillgarth puso en marcha para evitar más muertes con la firma nazi.
Eduardo Martínez Alonso, médico y de derechas, fue uno de los eslabones imprescindibles en la cadena. Ésta era una ruta adrenalínica que comenzaba en los Pirineos, seguía en Miranda de Ebro, pasaba irremediablemente por el cerebro de la organización, que palpitaba en Embassy, y continuaba en muchos casos hasta La Portela (Vigo), la casa familiar del doctor Martínez, que era el último escenario antes de la segura libertad portuguesa. «Aquella fue una hazaña impresionante, sin duda. Pero que nadie se confunda. Nada de Schlinder, como han insinuado ahora algunos. Esto fue un trabajo común de un grupo de gente que jamás pegó un tiro, ni coqueteó con los nazis, ni provocó una sola muerte», concluye la autora.
El refinado salón de té de las señoras de derechas, el elegante punto de encuentro de la aristocracia y la alta burguesía madrileña de los años 40, era también, y sobre todo, un dispensario de libertad, un sanatorio de ilusiones en un país de entusiasmos agusanados, violentos falangistas, miembros de la Gestapo y agentes del M16, todo en un mismo perímetro. Aquel Madrid de aguardiente escondía en sus trastiendas argumentos de novela de John Le Carrè.
El de Embassy debió ser uno de los secretos mejor guardados.Miles de vidas estaban en juego. A todas despidió Margarita Taylor, con la misma frase, en la puerta trasera de su salón de té: «God Bless You».
'Embassy, y la inteligencia de Mambrú' (Velecío Editores), de Patricia Martínez de Vicente, acaba de salir a la venta.